martes, 4 de febrero de 2014

Sobre la autenticidad en la incorrección lingüística: el caso Fogwill.

Es posible que haya más admiración que objetividad en las letras que siguen, pero lo cierto es que el grammar nazi que habita mi cabecilla de traductor parece haberse encerrado en su búnker lingüístico, ofendido quizás, y es probable que ya no vuelva a asomar su nariz por mis lecturas. Lo que ocurre es que las malas traducciones ya no me lo parecen tanto asi, y ya no frunzo el ceño ante la poesía binaria de una traducción automática. Ya no, no desde Fogwill y su "Muchacha punk",  no desde aquellas líneas que por los mil novecientos setenta y algo ya se adelantaban a lo que sería el traductor de google u otros motores de traducción asistida.

Desde la más temprana aparición de las computadoras (aquellas que fácilmente ocupaban la mitad de la planta de un laboratorio), se ha intentando cruzar referencias, algoritmos y porcentajes para evitarse la demora y los honorarios de los traductores, mercenarios del idioma a quienes se les suele pagar por hora o palabra. Si ya se ha automatizado y devaluado todo, ¿no iban a intentar cosificar la traducción, más allá del producto que ya es?, ¿cosificarla hasta hacerla un trozo textual sin aliento, sin calorcito, incapaz de hacerlo a uno surfear por sus olas? Está todo aquello y está Fogwill: brutalmente honesto, sintácticamente incapacitado, patológicamente auténtico.

Reconozco haber llegado tarde a su funeral, unos tres años después. Su apellido me hizo dudar sobre su procedencia argenta, más aún cuando creí su "muchacha" una pésima, horrible, irrespetuosa y adictiva traducción inglés español de un gringo loco que me sugería niebla en los ojos y nieve espesa en las sienes; una especie de Chinasky que, cansado del servicio postal, se volaría los sesos en plena borrachera . Pero no era obra de ningún traditori: él mismo había oficiado de traductor de sus vivencias en la Inglaterra de las partidas de ajedrez computadas, y realizó una labor brillante. Frases como “dónde viene usted de” no me sugieren otra cosa que una fidelidad al momento, al dialogo mismo, a la chispa que dio vida al instante vivido,y que el autor tradujo en su cabeza mientras se desenvolvía frenético intentando seducir (suponiendo que sea una historia verídica, caso contrario igual me parece válido plasmar así el pugilato lingüístico con la pajarófora gorda cara de sapo) a la chica punk. Fidelidad si, o tal vez talento, pues no olvidemos que aún hoy se dictan charlas sobre su obra, y no precisamente por su forma de escribir, si no por lo que en su escribir decía.

Creo que hay casos en que bien viene plantearse la fidelidad y la exactitud no tanto desde lo formal ni desde las reglas de traducción, pues hay autores como Rodolfo F. que lo hacen pensar a uno que lo más natural es dejar al lector la tarea de digerir lo experimentado, o que el mejor camino para transmitir el peso emotivo de una situación determinada, sea esta verídica o no, es representándola de la forma más natural posible, sin retoques, sin corrector ni editor.

En los intentos del autor por comunicar algo en su chusco inglés, este deja una puerta abierta que quizás nunca antes habíamos visto (o al menos yo en mi miopía): ¿es realmente indispensable la norma de corrección?, ¿ la sobre traducción si el original presenta fallas? ¿Pueden las bellas infieles ser aún más bellas sacando a relucir sus más torcidos rasgos faciales?  ¿Es acaso la traducción más fiel aquella que se dispara inmediata en la cabeza, como una descarga eléctrica, o la que se sopesa y edita día tras día? Les invito a compartir sus opiniones.